En los últimos días el trabajo en
el estudio me ha cundido bastante y la otra tarde tras acabar un cuadro decidí: ¡tarde
libre!.
Un amigo tenía que hacer sus deberes consistentes en ir a un café,
sentarse y escribir allí en portugués una historia cualquiera con la única
condición de que comenzase: “Escribo en una pastelería…”. Me propuso ir juntos
al café más cercano a mi casa y crear la historia a medias, a mí me seducía la idea de
hacer algo diferente a pintar o quedarme sentada en mi escritorio retocando
fotos en Photoshop toda la tarde, así que allá fuimos a escribir alguna
tontería juntos. Aunque en principio había entendido “imaginariamente” que cada
uno escribiría sentado frente a frente algo diferente de manera individual,
allí en el café donde nos habíamos encontrado hace tiempo una vez por accidente. Me hacía gracia imaginar qué tipo de
historias podrían contarse, pero no fue una tarde exitosa de iluminación literaria para ninguno.
Pensamos que tal vez la mejor
opción fuese beber unos chupitos de vodka pero finalmente como buenos niños descartamos
esta vía de inspiración y: Ni vodka, ni relatos… hablamos de “guitarras de
carpintero” y de “gorros de perro-oveja” entre otros interesantes temas, de
manera que tuve la tarde libre como era el objetivo pero él no hizo los deberes
y me sentí un poco culpable de ello… la historia quedó simplemente comenzada… aunque
yo sí pienso continuar escribiéndola, en español, tal vez otra tarde en el Café
Szafé y tal vez con un chupito de vodka, la historia que empieza: “Escribo en
una pastelería, donde hace 7 meses estaba con la chica que no era mi novia. No sé qué nos había llevado allí”.