martes, 23 de octubre de 2012

Alguien lleva corazones amarillos en una bolsa de plástico transparente





El otro día seguí por la calle a una chica que iba pegando pegatinas de mini corazones amarillos por toda Cracovia.

Iba despacio, abstraída, pegando estas pegatinitas sobre diferentes sitios en la calle, no parecía seguir un criterio coherente, pues las pegaba cada vez en un sitio, en las paredes, en el suelo, en los bancos, en los bordillos de la acera, en las puertas...
Caminaba desde su casa hasta el centro y en un cruce en Planty se detuvo, pegó un corazón justo debajo de sus pies, sonrió y se quedó ahí mismo, al sol por un momento, miraba los árboles y sus hojas, también amarillas, como los corazones que llevaba escondidos en el bolsillo de su abrigo. Puede que estos corazones y las hojas del otoño tuvieran un paralelismo que hasta entonces ella ignorase, o que tal vez aún por puro despiste ni haya asumido. Al fin y al cabo no se sabe si estamos en otoño, invierno, primavera o verano, en la última semana hemos atravesado todas las estaciones del año casi sin darnos cuenta, ya no sabemos cuándo cambiar las hojas, el pelo o los corazones.

Por la noche salió de su casa, yo sabía dónde vivía y decidí ir sigilosamente tras ella. De nuevo iba hacia el centro, compró chicles en un kiosco de Plac Wszystkich Świętych, compró un paquete de sabor de fresa y otro de menta, los guardó en su bolso y volvió a sacar de su bolsillo la bolsa llena de corazones de pegatina que pegó con gesto de felicidad en el trayecto hasta Ul. Mikołajska, lo hizo incluso delante de las narices de la policía sin reparar en la presencia de los agentes. Pero había algo latente en sus acciones  y es que ella elegía despacio qué corazón pegar en cada sitio, sacaba la bolsa y metía su mano derecha en ella esparciéndolos dentro de la bolsa y observándolos con  gesto como de estar comparándolos, a pesar de que todos los corazones eran iguales… ¡yo creo que eran el mismo!. Finalmente se decidía, extraía uno, le arrancaba el papel de la parte trasera y lo fijaba por ahí, en cualquier sitio. Yo desde fuera podía ver con claridad todo el proceso porque la bolsa era transparente, era un secreto a medias… y yo no sé si ella lo sabía.

Su manera de actuar era comparable a la de un niño que se saca una bolsa de chucherías del bolsillo, las mira despacio y escoge cual quiere comer en ese momento con una mezcla de ansia y premeditación, los niños saben que las chucherías se acaban. También estos corazones se podían acabar, como los chicles de los paquetes que había comprado hacía dos minutos en Plac Wszystkich Świętych, por eso sacaba los corazones de la bolsa con consciencia de de lo que hacía. O eso me gustaba pensar a mí. Me preguntaba también si ella sentiría entre sus manos el calor de la bolsa de corazones, como cuando llevas mucho tiempo las chucherías en el bolsillo y éstas están pegajosas, blanditas, calientes… ¿serían esos corazones también elásticos como una lombriz de gominola?.

Se metió en un bar, donde no sé si pegó corazones, tal vez uno o dos, yo quería pensar que no, tuve la sensación de que sin que yo lo viese ella hubiese pegado un corazón en un cenicero por ejemplo, y temí que la camarera lo reemplazase por otro limpio y el corazón adherido al cenicero usado se destruyese cruelmente en el lavavajillas. Estuvo allí un par de horas y al volver a casa fue siguiendo los corazones que había pegado durante todo el día, aunque no le pillasen de camino a casa, no le importaba, sin perder la sonrisa hizo un recorrido nocturno por toda la ciudad posando su dedo índice sobre cada uno de ellos como si se tratase de algo que le aportase una energía desmesurada.
Pero ¿por qué habría pegado todos esos corazones amarillos?, ¿de dónde salían?, ¿qué querría decir con ellos?, ¿eran gominolas o eran corazones?.

Me pregunto qué pasa con todas las partes traseras de la pegatinas, dónde van a parar esos corazones de papel antiadherente, e igualmente me pregunto si hay corazones amarillos pegados en su cocina, en su lavadora, en sus zapatos, debajo de su cama o  en su cepillo de dientes...  y qué hará cuando ya no le queden más.